
Redacción (Madrid)
La gastronomía cubana es el resultado de un mestizaje profundo que combina herencias españolas, africanas, caribeñas e incluso chinas. Más allá de los clásicos conocidos por el turismo, hay una riqueza culinaria que sorprende por su variedad, intensidad de sabores y conexión con la historia del país. En cada plato se siente la memoria colectiva, la creatividad frente a la escasez y la pasión por el buen comer, aún en contextos adversos.

Uno de los platos más representativos es el ropa vieja, elaborado con carne de res deshebrada en una salsa espesa de tomate, pimientos y cebolla. Su nombre evoca la imagen de los hilos de carne que recuerdan trapos rotos, pero su sabor es cualquier cosa menos desaliñado. Se suele acompañar con arroz blanco y plátanos maduros fritos, una combinación que equilibra lo salado con lo dulce en perfecta armonía. Este plato, aunque humilde en origen, es hoy símbolo nacional.

El ajiaco es otro estandarte de la cocina cubana que merece más atención. Este guiso espeso y generoso mezcla carnes con una variedad de viandas como yuca, boniato, plátano y maíz, cocinadas lentamente hasta fundirse en una sopa sabrosa y reconfortante. El ajiaco tiene raíces taínas y coloniales, y su receta cambia de una región a otra, lo que demuestra su carácter flexible y profundamente criollo. Comer un buen ajiaco es como viajar en el tiempo.

Entre los platos que más sorprenden a los visitantes está el tamal en cazuela, que se diferencia del tradicional tamal envuelto en hojas por servirse directamente en un guiso. El maíz tierno molido se cocina con trozos de carne de cerdo, ajíes y especias hasta lograr una textura cremosa y envolvente. Es un plato de sabor intenso y de fuerte arraigo rural, que demuestra la versatilidad del maíz en la mesa cubana. Su preparación lenta y casera le da un valor especial.

También destacan delicias como el lechón asado, cocinado a fuego lento durante horas, habitualmente en fechas festivas. La piel crujiente y la carne jugosa, sazonada con mojo —una mezcla de ajo, naranja agria y especias—, convierten este plato en el rey de cualquier celebración. En contraste, la yuca con mojo, sencilla pero infalible, sirve como acompañante esencial, y demuestra cómo un tubérculo puede alcanzar alturas inesperadas de sabor.

Pero quizás la sorpresa más inesperada llega con los postres. El dulce de coco rallado con canela y clavo de olor o el boniatillo, hecho de boniato dulce, azúcar y especias, conquistan por su intensidad. En una tierra donde el azúcar fue reina económica, el dominio de los postres es indiscutible. En definitiva, la gastronomía cubana no solo alimenta el cuerpo, sino que narra la historia de un pueblo que ha sabido reinventarse en la mesa, plato a plato.