Redacción (Madrid)
En el corazón de la Ciénaga de Zapata, alejado de los clichés turísticos y del ruido del mundo moderno, se esconde Punta Perdiz: un rincón del Caribe donde el tiempo parece estirarse y el mar se convierte en el único lenguaje necesario. Con una costa virgen, aguas cristalinas y una biodiversidad marina asombrosa, este enclave cubano ofrece una experiencia sensorial tan honesta como inolvidable.
El día comienza temprano, con el sol asomando tímido entre las ramas de uvas caletas y palmas costeras. La brisa llega salada y cálida, arrastrando el murmullo de las olas que rompen suaves sobre las rocas coralinas. No hay hoteles, solo algunas cabañas rústicas, una cafetería modesta y silencio. A esa hora, los primeros visitantes se preparan para sumergirse en aguas que parecen de cristal tallado. Punta Perdiz es, sobre todo, un santuario para el buceo y el snorkel: corales vivos, peces tropicales y cavernas submarinas a pocos metros de la orilla.
A mediodía, el calor del trópico invita a refugiarse bajo la sombra. La única opción gastronómica, sencilla pero suficiente, ofrece pescado fresco a la plancha, arroz con coco y jugos naturales servidos en vasos de plástico. La comida no es un lujo, pero sí un placer. A pocos pasos, locales y visitantes comparten bancos de madera frente al mar. Las conversaciones son lentas, entrecortadas por pausas contemplativas. Aquí nadie parece tener prisa.
Por la tarde, cuando el sol baja ligeramente, es el momento ideal para caminar por la costa o flotar en el mar sin destino. Algunos aprovechan para tomar una siesta en hamacas improvisadas. Otros exploran pequeños senderos entre la vegetación baja, donde se pueden ver aves autóctonas, cangrejos y mariposas. La luz se vuelve dorada y el paisaje se transforma en una postal que no necesita filtros. Punta Perdiz no busca impresionar, simplemente existe con una belleza que no se anuncia.
Al llegar la noche, la calma se intensifica. La mayoría de los visitantes ya se han ido, y el silencio regresa con fuerza. Si uno se queda, descubre la verdadera esencia del lugar: el crujido de las ramas, el vaivén constante del mar y un cielo limpio lleno de estrellas. Punta Perdiz no es un destino para quienes buscan lujos ni entretenimiento. Es un refugio para quien necesita recordar cómo suena el mundo cuando no hay nadie hablando. Un rincón del Caribe donde 24 horas bastan para desconectar… o para quedarse mucho más.