Clara Gracia estrena ‘Lo que queda de ti’ en la 37ª edición del Festival de Cine de l’Alfàs del Pi

Redacción (Madrid)

El domingo 6 de julio, a las 20:00 horas, el Cine Roma de l’Alfàs del Pi acogerá la proyección de la película Lo que queda de ti, dirigida por Gala Gracia. Esta sesión forma parte del ciclo Encuentros de Cine, una de las actividades más apreciadas del 37 Festival de Cine de l’Alfàs del Pi, en la que actrices, actores, directores y productores presentan sus obras y participan en coloquios con el público al finalizar las proyecciones.

Lo que queda de ti invita a reflexionar sobre las complejidades de las relaciones humanas a través de una narrativa íntima y emotiva, firmada por la joven directora Gala Gracia, que estará presente en la sesión para compartir impresiones y responder a las preguntas de los espectadores. Un coloquio que se encargará de moderar Gerardo Sánchez, director del programa de TVE Días de cine, uno de los críticos y divulgadores cinematográficos más reconocidos de España.

El ciclo Encuentros de Cine refuerza el carácter cercano y participativo del Festival, que se celebra hasta el 13 de julio, ofreciendo a los asistentes la oportunidad única de dialogar directamente con los creadores y profesionales del cine.

La Casona del Arco: un refugio de sabor y raíces junto al Arco de la Calzada

Por David Agüera

En el corazón del León histórico, justo a unos pasos del emblemático Arco Triunfal de la Calzada de los Héroes, se yergue La Casona del Arco. Más que un restaurante, es un viaje sensorial que pulsa con los latidos del Bajío: aroma de cantera, murmullo de historia y sabores que dialogan entre tradición mexicana e inspiración moderna.

Ubicada en la calle Progreso #110, esta antigua casona fue cuidadosamente preservada y adaptada. Su arquitectura conserva los muros de piedra y patios interiores, integrando materiales actuales con respeto al pasado. Ese equilibrio nace de la vocación de sus fundadores —los hermanos Hurtado— de rendir homenaje a la cultura guanajuatense desde lo arquitectónico, lo culinario y lo estético .

La experiencia en La Casona se despliega en tres ámbitos: el patio, fresco y diáfano; la terraza, ideal para tardes cálidas al aire libre; y el misterioso bar speakeasy Enmiienda 21, escondido tras una puerta evocadora de los años veinte. Este último remite al ambiente clandestino de la Ley Seca, con coctelería exclusiva en ambiente íntimo.

La propuesta gastronómica navega entre lo arraigado y lo contemporáneo. Ensaladas con requesón y huitlacoche, tacos de tuétano con salsas propias, risotto con chile pasilla y camarón, cecina con guacamole y piña, o short rib eye cocido 18 horas en salsa de tuétano —un festín para los sentidos. Las recetas tradicionales de la región de Peralta y Abasolo, rescatadas por cocineras locales, se encuentran con innovaciones como ravioli de chapulines sobre base de chipotle y anguila.

Desde la coctelería internacional hasta los brebajes originales —“El Catrín”, “La Lupita”, “La Cazuelita”— el ambiente se llena de frescura, historia e ingenio mixológico. En Enmiienda 21 cada trago es un guiño a la época dorada y clandestina del coctel.

Cada jueves a las 10 p.m., la casona retumba con jazz y pop local, gracias a músicos como Juan Álvarez & The All Star Trío o Camilo Mederos, quienes suman sonido vivo a la experiencia culinaria. También ha sido sede de eventos gastronómicos internacionales como la Cumbre Guanajuato Sí Sabe, destacando su compromiso con la alta cocina y la tradición regional.

Con una puntuación de 4.7 en Google My Business y miles de opiniones que destacan su ambiente “muy agradable” y “atención excepcional”, La Casona del Arco es refugio para locales y viajeros. Serenas sobremesas al aire libre, encuentros íntimos tras el bar speakeasy o celebraciones bajo el Arco hacen de cada visita un instante memorable.

Visitar La Casona del Arco no es solo llenar el apetito; es participar en un ritual cultural que une historia, arquitectura, sabor e innovación. Es sentir el pulso de León: sus raíces, su arte y su orgullo. Aquí, cada bocado, cada trago y cada nota musical es una invitación a descubrir el corazón vibrante del Bajío.

Los mejores castillos de Europa, entre piedra, leyenda y paisaje

Redacción (Madrid)


Los mejores castillos de Europa: entre piedra, leyenda y paisaje
Europa es un continente atravesado por siglos de historia, y pocas construcciones hablan tan alto de su pasado como los castillos. Estas fortalezas, que combinan función militar, arquitectura monumental y simbolismo nobiliario, se reparten entre valles, acantilados y pequeñas aldeas a lo largo y ancho del continente. Algunos son joyas escondidas entre montañas, otros lucen con fama internacional. Su diversidad es tan amplia como los pueblos que los levantaron: desde los castillos del Loira hasta las torres azotadas por el viento de Escocia, cada piedra tiene una historia que contar.


Uno de los más icónicos es el castillo de Neuschwanstein, en Alemania, soñado por Luis II de Baviera e inspiración directa de Disney. Perchado entre bosques alpinos, esta fortaleza del siglo XIX parece sacada de un cuento de hadas, aunque nunca tuvo un uso militar real. Muy diferente es el castillo de Bran, en Rumanía, asociado popularmente con Vlad Tepes, el auténtico Drácula, y con una estética más austera y misteriosa, perfecta para los amantes del gótico y las leyendas oscuras.


Francia ofrece una ruta única por los castillos del Valle del Loira, donde joyas como Chambord o Chenonceau combinan arte renacentista, jardines meticulosos e historia íntima de la monarquía francesa. En cambio, en Escocia, el castillo de Eilean Donan destaca por su ubicación dramática en una pequeña isla entre fiordos, envuelto en nieblas y tradiciones celtas. Allí, cada piedra cuenta batallas, y cada sala guarda siglos de lucha, clan y cultura.


No podemos olvidar el impresionante Palacio da Pena, en Sintra (Portugal), un prodigio de colores y estilos arquitectónicos sobre una sierra que parece encantada. Tampoco el castillo de Hohenzollern, que corona una montaña en Alemania y ofrece vistas tan espectaculares como su arquitectura neogótica. Europa, en definitiva, es un tablero de piedras vivas, donde los castillos son testigos eternos de las luces y sombras de su historia.


Visitar estos castillos no es solo contemplar un paisaje de postal: es sumergirse en un pasado que, lejos de desaparecer, sigue hablándonos a través de torres, fosos y leyendas. Cada castillo es una puerta a otro tiempo, y cada visita, un pequeño viaje al corazón de la historia europea.


24 horas en Venecia, un día inolvidable en la ciudad de los canales

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Redacción (Madrid)

Venecia, la joya flotante del Adriático, es una ciudad que parece detenida en el tiempo. Su encanto radica en sus laberínticas calles, puentes de piedra y góndolas que se deslizan suavemente sobre los canales. Aunque una vida no basta para descubrir todos sus rincones, pasar 24 horas en esta ciudad italiana puede ofrecer una experiencia profundamente memorable, cargada de historia, arte y romance. Desde el alba hasta la medianoche, cada instante en Venecia tiene un aire de cuento.

El día comienza temprano, cuando la ciudad aún duerme y solo los gondoleros y panaderos llenan de vida las callejuelas. Desayunar un café con un “cornetto” en una pequeña pasticceria junto al Gran Canal es una delicia. A primera hora, la Plaza de San Marcos, sin las multitudes habituales, ofrece una imagen casi irreal. Es el momento ideal para visitar la Basílica de San Marcos y, si el tiempo lo permite, subir al Campanile para contemplar una vista panorámica que corta la respiración.

A medida que avanza el día, la ciudad despierta y se vuelve un mosaico de colores y sonidos. Pasear por el barrio de Dorsoduro es una experiencia más tranquila y auténtica, lejos de las aglomeraciones. Allí se encuentra la Galería de la Academia, hogar de grandes obras del Renacimiento veneciano. El almuerzo puede ser una oportunidad para probar cicchetti, las tapas venecianas, acompañadas por un spritz, la bebida insignia de la región, en una “osteria” a la orilla de un canal.

La tarde invita a perderse sin rumbo, cruzando puentes y descubriendo pequeñas plazas donde el tiempo parece haberse detenido. Un paseo en góndola al atardecer, aunque turístico, revela una perspectiva distinta de la ciudad, con fachadas que se reflejan en las aguas doradas por el sol poniente. La luz de Venecia, en esas últimas horas del día, ha inspirado a poetas y pintores durante siglos.

Por la noche, Venecia adquiere un aura mágica y misteriosa. Una cena en el barrio de Cannaregio, menos turístico, ofrece una experiencia culinaria más íntima y local. Al salir, las calles silenciosas y los canales oscuros reflejan la luna con una serenidad única. Así termina una jornada de 24 horas en una ciudad que no necesita más tiempo para enamorar. Porque en Venecia, incluso un solo día puede convertirse en un recuerdo eterno.

El mago y humorista Jandro presentará la Gala Inaugural del Festival de Cine de l’Alfàs

Redacción (Madrid)

Este sábado 5 de julio, a las 22:00 horas en el auditorio de la Casa de Cultura de l’Alfàs del Pi, se celebrará la Gala Inaugural del trigésimo séptimo Festival de Cine de l’Alfàs del Pi. El mago y humorista valenciano, además de guionista, actor y director, repite como maestro de ceremonias, para seguir desplegando sus dotes que le han llevado a convertirse en una celebridad en EEUU, tras imponerse en un prestigioso talent show.

El valenciano Jandro es Campeón de España de Magia Cómica. 6 Premios “Fool Us” en Las Vegas. En Televisión estuvo 15 años en El Hormiguero como coordinador de guiones, como mago y creando pequeños cortos con niños que tienen millones de visitas en todo el mundo.

Presentador de “Mapi” en RTVE. director, guionista y productor ejecutivo del cortometraje,“CAVA” (2024) que lleva más de 110 selecciones y 20 premios por todo el mundo. Este año presentará su candidatura a los Premios Goya. Acaba de escribir y dirigir su segundo cortometraje, “EL REVISOR” (2025) protagonizado por Mamen García y Pablo Puyol.

Una historia basada en hechos reales que va a dar mucho que hablar.En la Gala Inaugural el Festival de Cine de l’Alfàs del Pi reconocerá, con el Faro de Plata a la actriz Elena Irureta, conocida y reconocida por el público entre otros papeles por sus intervenciones en El Comisario, Patria y Pecata Minuta junto al actor, humorista y músico Julián López, y el clásico de televisión Cine de Barrio en su 30 aniversario. Hasta el 13 de julio, y durante una semana, se proyectarán en el municipio más de treinta películas y cerca de medio centenar de cortometrajes.

Un jurado profesional, compuesto por Iria Parada, David Martos y David Valero, será el encargado de valorar las obras en competición, que abordan temáticas tan diversas como la identidad, la violencia, la memoria, el humor o la ciencia ficción, y que están firmadas tanto por cineastas consagrados como emergentes.

Con casi cuatro décadas de historia, el Festival de Cine de l’Alfàs del Pi se reafirma como un referente en el circuito nacional de festivales de cine gracias a su apoyo al talento emergente, su reconocimiento a los grandes nombres del cine español y el fomento de la cultura audiovisual con una mirada abierta, inclusiva y participativa.Este año han aumentado a 9.500 euros los premios El Festival de l’Alfàs del Pi es uno de los certámenes de cortometrajes con mayor dotación económica del país, con un total de 9.500 euros en premios.

El primer premio está dotado con 4.000 euros y el Faro de Plata, el segundo con 2.000 euros y el tercero con 1.000 euros. Además, se entregarán los premios al Mejor Corto Valenciano, al Mejor Corto de Animación, y al Mejor Corto con Perspectiva de Género, este último en colaboración con la asociación Huellas de Mujer.

Donde La Habana se contempla y se siente, las mejores vistas al Paseo del Prado

Por David Agüera

Hay ciudades que se entienden desde abajo, caminándolas. Y otras, como La Habana, que exigen también ser vistas desde arriba, con esa mezcla de distancia y cercanía que transforma lo cotidiano en cuadro, lo urbano en poesía. Frente al Paseo del Prado, arteria elegante y palpitante que separa Centro Habana del alma colonial, tres hoteles guardan no solo historia y lujo, sino también una de las experiencias más bellas que ofrece la capital cubana: mirar La Habana desde sus alturas mientras el Prado se despliega como una serpiente noble, orgullosa y llena de memoria.

Desde las alturas del Royalton Habana, la ciudad se siente nueva, incluso futurista. Con su arquitectura contemporánea y líneas limpias, este hotel es un faro de modernidad frente al Malecón. Pero más allá de sus comodidades, su joya es la vista. Desde su rooftop o sus habitaciones superiores, el Paseo del Prado se abre como un poema urbano: el mármol de su paseo central, los árboles que lo flanquean como columnas verdes, y más allá, los tejados antiguos que todavía resisten al tiempo.

Aquí, el viajero toma un café o un mojito mientras observa el vaivén habanero: los niños que juegan, los novios que pasean tomados de la mano, el fluir de una ciudad que no necesita vestirse de gala para ser hermosa. Desde el Royalton, el Prado no es solo una calle: es una pasarela donde desfilan la historia, la música, el sudor del pueblo y el perfume eterno de la nostalgia cubana.

Si el Royalton es modernidad, el Mystique Regis Habana by Royalton es herencia. Restaurado con mimo en un edificio de principios del siglo XX, este hotel boutique evoca aquella Habana aristocrática que convivía con el arte popular y la bohemia. Las vistas desde sus balcones y su terraza son más cercanas, más íntimas: uno casi puede tocar los faroles del Paseo del Prado, escuchar a los vendedores de maní con sus cantos agudos, oler el tabaco recién encendido en una esquina.

Aquí, cada atardecer sobre el Prado parece detenido en el tiempo. Las sombras de los árboles se alargan como las notas de un danzón que se desliza desde algún balcón abierto. Es el lugar perfecto para leer a Lezama Lima o simplemente cerrar los ojos y dejar que el alma se mezcle con el aire tibio de La Habana.

Y si hay un mirador donde La Habana revela su rostro más auténtico, es la terraza del Hotel Inglaterra. El más antiguo de Cuba, inaugurado en 1875, este hotel es una leyenda en sí mismo. En su terraza del último piso, donde alguna vez cantó Benny Moré y donde todavía suena el son, la vista es simplemente insuperable: el Prado de un lado, el Parque Central al otro, el Gran Teatro Alicia Alonso, y más allá, el Capitolio.

Desde aquí, La Habana es una melodía de arquitectura y carácter. El viajero se sienta con un daiquirí y escucha música en vivo mientras el sol se derrama sobre las fachadas coloniales. Es fácil imaginar a Martí caminando por el Prado, a Carpentier escribiendo sobre el barroco real maravilloso, a Bola de Nieve arrancando notas a un piano invisible.

Aquí, mirar es también recordar, sentir, imaginar. Porque el Hotel Inglaterra no solo ofrece una vista: ofrece una escena de teatro viva, donde cada balcón es un personaje, cada sombra una historia.

El Paseo del Prado, con sus leones de bronce y su rumor de siglos, es uno de los grandes símbolos de La Habana. Pero para entenderlo en toda su dimensión, hay que elevarse, mirar con ojos abiertos y corazón dispuesto desde lo alto de estos hoteles que, más que alojamientos, son miradores del alma cubana.

En el Royalton, el presente y el porvenir; en el Mystique, la Habana escondida y elegante; y en el Inglaterra, la Habana de siempre, con su música, su historia y su fuerza vital. Tres perspectivas distintas de un mismo poema urbano que se llama Prado, pero que podría llamarse también resistencia, belleza, identidad.

Porque quien ha visto caer el sol sobre el Paseo del Prado desde cualquiera de estas terrazas, ya ha visto a La Habana desnuda y completa, como un bolero, como una vieja fotografía que nunca pierde su luz.

Pedernales: El último confín del Caribe que se debate entre el paraíso y el progreso

Redacción (Madrid)

Al sur de todo, donde la República Dominicana se agota contra la frontera con Haití, comienza un país distinto. Uno donde el tiempo se mueve lento, el viento huele a sal y cactus, y la naturaleza aún domina el paisaje. Ese lugar se llama Pedernales.

Durante décadas, ha sido un rincón olvidado por la infraestructura, pero recordado por quienes sueñan con un Caribe intacto. Con playas vírgenes como Bahía de las Águilas, desiertos rocosos, montañas con niebla, lagunas con flamencos y bosques secos repletos de iguanas, Pedernales es una anomalía ecológica y cultural.

Un Edén bajo presión

Pero hoy, ese silencio está en disputa. El gobierno dominicano ha puesto sus ojos —y millones de dólares— sobre este territorio con un ambicioso plan: convertirlo en un nuevo polo turístico de clase mundial. Aeropuerto internacional, autopistas, cadenas hoteleras, cruceros.

Lo que para algunos es una oportunidad histórica de desarrollo, para otros es una amenaza a uno de los ecosistemas más frágiles y únicos del Caribe insular.

Donde la frontera no es solo política

Más que un paraíso natural, Pedernales es también frontera: con Haití, con la pobreza, con el olvido. En el mercado binacional de Anse-à-Pitres se mezclan idiomas, productos y miradas. Es un lugar donde las tensiones geopolíticas y los intercambios humanos conviven cada día. Y esa dimensión humana no puede quedar fuera de cualquier plan de futuro.

Un modelo de desarrollo distinto

La gran pregunta es si Pedernales puede convertirse en un modelo de turismo sostenible real, no solo de palabra. Ya existen proyectos piloto de ecoturismo comunitario, guías capacitados, rutas de senderismo, avistamiento de aves, producción agrícola ecológica. Hay semillas.

La diferencia entre desastre o ejemplo dependerá de quiénes toman las decisiones —y de si se escuchan las voces locales.

El Caribe que viene

En un mundo cada vez más sediento de autenticidad y naturaleza, Pedernales podría ser la respuesta. Pero solo si se piensa más allá de los resorts, si se valora la biodiversidad tanto como el capital, y si se entiende que el verdadero lujo no está en el cemento, sino en la posibilidad de estar en un lugar que aún no ha sido destruido.

Bahía de las Águilas: El paraíso escondido que resiste al turismo masivo en República Dominicana

Redacción (Madrid)

Pedernales, República Dominicana. A más de 300 kilómetros de Santo Domingo, donde el asfalto da paso al polvo del desierto y el Caribe adquiere tonalidades que parecen sacadas de una postal irreal, se encuentra Bahía de las Águilas, una joya natural que permanece casi intacta. Este rincón de la provincia de Pedernales, enclavado dentro del Parque Nacional Jaragua, es considerado por muchos como la playa más hermosa —y menos intervenida— de todo el país.

A diferencia de los resorts de Punta Cana o las playas urbanizadas de Puerto Plata, llegar a Bahía de las Águilas es toda una travesía. Los últimos kilómetros pueden recorrerse solo en vehículos todo terreno o en botes que parten desde la pequeña comunidad pesquera de La Cueva. Esa dificultad de acceso ha sido, paradójicamente, su mayor bendición: ha mantenido alejadas las grandes cadenas hoteleras y ha protegido este ecosistema de una explotación turística descontrolada.

Una belleza que impone silencio

El primer vistazo a la bahía impone respeto. Kilómetros de arena blanca sin un solo hotel, un restaurante o un vendedor ambulante. El mar, de un azul turquesa puro, parece no haber sido tocado por el tiempo ni por la industria. No hay música, no hay basura. Solo el rumor del viento, el crujido de las conchas bajo los pies y, si se tiene suerte, el avistamiento de una tortuga marina.

Según el Ministerio de Medio Ambiente, Bahía de las Águilas es uno de los puntos de mayor biodiversidad del Caribe insular. Alberga especies endémicas como la iguana rinoceronte, el solenodonte y decenas de aves migratorias. “Es un laboratorio vivo de conservación”, explica Lourdes Cordero, bióloga y voluntaria en un proyecto local de educación ambiental. “Cada vez que alguien viene aquí y no deja huella, está ayudando a preservar algo que no existe en otro lugar del mundo”.

La comunidad y el dilema del desarrollo

Las comunidades cercanas, como La Cueva y Pedernales, viven un dilema silencioso: desean oportunidades económicas, pero también temen que un desarrollo desmedido destruya su mayor tesoro. “Queremos trabajo, claro que sí, pero no a costa de convertir esto en otra Punta Cana”, dice Darío Féliz, un pescador que ahora también hace de guía turístico en la zona.

Algunos proyectos de ecoturismo comienzan a florecer con cautela: hospedajes ecológicos, recorridos en kayak y talleres de educación ambiental. La clave, dicen los defensores del lugar, está en el turismo responsable. “No se trata de que no venga nadie”, aclara Lourdes, “sino de que los que vengan, entiendan que están entrando a un santuario, no a un parque temático”.

¿Un futuro con equilibrio?

El Gobierno dominicano ha anunciado planes para desarrollar la región suroeste con infraestructura turística, lo que ha encendido alarmas entre ambientalistas y científicos. Aún no está claro si Bahía de las Águilas permanecerá como una reserva natural de acceso limitado o si será incorporada a un modelo más comercial.

Mientras tanto, este paraíso sigue siendo un refugio para quienes buscan algo más que arena y sol: buscan autenticidad, conexión con la naturaleza y un silencio que ya es difícil encontrar en el Caribe contemporáneo.

Tesoros del mar, los puertos más fascinantes de Europa

Redacción (Madrid)
En el corazón del viejo continente, donde la historia se entrelaza con la modernidad, se encuentran algunos de los puertos más emblemáticos del mundo. Más allá de su funcionalidad comercial o turística, estos enclaves marítimos representan verdaderas joyas arquitectónicas y culturales que han sido testigos del devenir de civilizaciones enteras. Desde los fiordos noruegos hasta las costas del Mediterráneo, los puertos europeos combinan belleza escénica, infraestructura de vanguardia y un legado imborrable.


Uno de los más icónicos es el Puerto de Róterdam, en los Países Bajos. Considerado el más grande de Europa, este puerto no solo impresiona por su tamaño, sino por su capacidad tecnológica y eficiencia operativa. Sirve como un punto clave de conexión entre Europa y el resto del mundo, manejando millones de contenedores al año. Pero además de su importancia económica, Róterdam ha sabido integrar zonas culturales y espacios verdes que lo convierten en un destino atractivo también para el visitante.


En el sur del continente, el Puerto de Barcelona brilla como una mezcla de modernidad y tradición. Además de ser uno de los principales puertos de cruceros del Mediterráneo, destaca por su integración urbana, permitiendo que el viajero desembarque prácticamente en el corazón de la ciudad. Su paseo marítimo, repleto de restaurantes, museos y zonas de ocio, es ejemplo de cómo una infraestructura portuaria puede convertirse en motor de vida cultural y turística.


No se puede hablar de puertos europeos sin mencionar el Puerto de Hamburgo, en Alemania. Conocido como la «Puerta al Mundo» del país germano, es también un símbolo de resiliencia histórica. Tras haber sido devastado durante la Segunda Guerra Mundial, hoy es un centro logístico de primer nivel. Su atractivo se ve potenciado por el moderno barrio de HafenCity y el impresionante edificio de la Filarmónica del Elba, íconos de una ciudad que mira al futuro sin olvidar su pasado.


Cada puerto europeo cuenta su propia historia, pero todos comparten una característica: ser reflejo del alma marítima del continente. Son espacios donde la economía, la cultura y el turismo convergen en perfecta armonía. Ya sea por su eficiencia industrial, su valor arquitectónico o su capacidad para sorprender al viajero, los grandes puertos de Europa siguen siendo testigos vivos de la grandeza que brota a orillas del mar.


Hotel Inglaterra: el susurro elegante del tiempo en el corazón de La Habana

Redacción (Madrid)

En la esquina más viva del Paseo del Prado, donde la historia cubana se entrelaza con los acordes del son y el bullicio de los almendrones que rugen como bestias viejas, se alza el Hotel Inglaterra, no como un edificio cualquiera, sino como una especie de testigo de mármol y filigrana de hierro forjado que ha visto pasar revoluciones, poetas y turistas con la misma paciencia con la que un abuelo escucha a sus nietos.

Fundado en 1875, el Inglaterra es el hotel más antiguo de Cuba, y eso no es un dato menor. Su fachada neoclásica mira de frente al Parque Central, donde las estatuas de José Martí parecen conversar eternamente con la ciudad que nunca duerme. Y si uno se asoma a uno de sus balcones, puede imaginar fácilmente a Rubén Darío escribiendo crónicas para La Nación, o a algún general de la independencia tomándose un café fuerte antes de hablar de patria con voz baja y ojos encendidos.

Hospedarse en el Inglaterra no es sólo ocupar una habitación. Es participar de una novela cubana sin escribir, ser parte de un escenario en el que la historia se mete por las rendijas del aire acondicionado y se mezcla con el aroma del tabaco, del café amargo, y de esa brisa salada que llega desde el Malecón.

Las habitaciones, cuidadas con esmero, conservan ese aire nostálgico tan propio de la arquitectura colonial. Pisos de mosaico hidráulico, techos altos, espejos que podrían contar secretos si hablaran. Pero es en el Lobby Bar donde comienza la verdadera magia. Allí, un trago de ron añejo servido con sonrisa y ritmo puede ser el pasaporte a una Habana más profunda, más auténtica. A menudo, un cuarteto de son se acomoda en una esquina y arranca con «Chan Chan», y entonces todo se vuelve Cuba en su forma más pura: música, calor, sensualidad.

Y luego está la terraza. Ah, la terraza. Un mirador perfecto desde donde ver el Gran Teatro de La Habana, escuchar el rumor del Prado y observar a la ciudad en su lento pero incesante renacer. Al atardecer, el cielo habanero se tiñe de rosas y naranjas, y por un instante parece que el tiempo se detiene para rendir homenaje a esta joya del Caribe.

Pero lo más hermoso del Hotel Inglaterra no es sólo lo que se ve. Es lo que se siente. Es el murmullo del pasado mezclado con las risas del presente. Es el recuerdo de una Cuba que fue, el palpitar de la que es y el sueño de la que será.

En una ciudad donde lo real y lo maravilloso se funden sin pedir permiso, el Hotel Inglaterra se presenta como un lugar donde dormir, sí, pero también donde soñar. Y eso, en La Habana, vale más que mil estrellas.