
Redacción (Madrid)
La Ruta del Cares, enclavada en el corazón de los Picos de Europa, es una de las sendas de montaña más impactantes de la geografía española. Este camino, que une los pueblos de Caín (León) y Poncebos (Asturias), serpentea a lo largo de un desfiladero escarpado que parece esculpido por la misma naturaleza con manos de titán. Sus 12 kilómetros de recorrido ofrecen al caminante un espectáculo de roca, agua y vértigo, donde cada paso es una invitación al asombro.
Lo que muchos no saben es que esta ruta nació con un propósito muy distinto al senderismo. A comienzos del siglo XX, se construyó un canal hidráulico para transportar agua hasta una central eléctrica, y la senda actual sigue ese trazado original, abierto a golpe de pico y dinamita en condiciones extremas. Hoy, esos túneles excavados en la roca, las estrechas pasarelas y los puentes de piedra forman parte de un paisaje que combina belleza natural y hazaña humana.
Durante el recorrido, el caminante se ve rodeado por paredes verticales que superan los mil metros de altura, mientras abajo, el río Cares fluye con fuerza entre piedras y remolinos. El silencio solo es interrumpido por el viento o el repiqueteo de alguna cabra montesa sobre las rocas. No hay tramos técnicos, pero sí pasajes estrechos y precipicios que exigen respeto y atención. En cualquier estación del año, la ruta ofrece una cara diferente, desde la exuberancia primaveral hasta la soledad invernal.
Recorrer la Ruta del Cares no es solo un ejercicio físico, es un encuentro con la grandeza de lo natural y la memoria del esfuerzo humano. En ella se funden historia, paisaje y emoción, y al final del camino, uno no vuelve igual: algo queda grabado, como si las paredes del desfiladero también marcaran, con su silenciosa firmeza, la memoria del viajero.